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Estoy sentada a estribor, no me muevo. Intento notar los zarandeos del barco, la resaca después de tanto viento. Lo que queda.

El mar está revuelto, acabado de batir. Nada se ve al fondo, solo en la superficie inmediatamente inferior las motas de restos marinos se mezclan con la espuma, van y vienen.

Desde aquí escribo, reposando en un día intermedio, a la espera. El barco toma la misma dirección que el aire, se mueve, flota. Eso me ayuda a mirar hacia delante (tan solo mis ojos se mueven). Tras tanta lucha mi cuerpo se ha quedado poco móvil, cansado. Mientras permanezco así el barco busca, se mueve, avanza despacio, pero avanza.

Desde estribor pienso..., ..., ¡uf! no caben tantos pensamientos, no aquí. Intento digerir lo que ha pasado en mi viaje, lo que sucedió días atrás, lo que ha quedado. También miro donde estoy, mi posición. Necesito reaprender lo aprendido, el aire lo ha desbaratado todo. En eso estoy…

Recuerdo.. en la noche de más viento, mientras buscaba el horizonte en lo oscuro, oyéndose el silbear del aire entre las velas, las olas creciendo sobremanera y estrellándose contra la base, mientras el barco giraba sobre sí mismo, perdiendo rumbo, apareció un buque. Al principio vi una luz de candil, titubeante, pensé que si permanecía quieta no se me vería…Me intrigó que la luz estaba más alta que las otras que había visto y pensé que quizá fuese alguien que esperaba…

Intentó remendar mi vela desde su posición, desplegar las suyas para apaciguar mi zarandeo, aumentar el candil para que pudiese verme. Llegó en el momento más oportuno y más inoportuno también. El viento le alcanzó (menos mal que era un buque). –Eres astuto- le dije, eso es una ventaja, nada más, por lo menos para mi, pero una ventaja sí, e importante.

Me gustó encontrarle navegando con un candil.

Comienza el tiempo de descanso. Yo me quedaré sentada aquí, de momento, a la espera de un rumbo.

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