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Llegó, y mis oídos notaron cómo crujió mi cuerpo. El cansancio me cerró los ojos y me ocultó el mar.

¡Necesito hablarle a los peces!— pensé, pero no los veía.

El tiempo va más despacio por fin. Con unas ganas enormes de respirar, entro en la segunda etapa de los "debo" (debo estar a la altura, cumplir con lo que se supone espero de mí misma). Los miedos están apunto de salir fuera, a veces pienso que se me van a salir, que no los puedo retener más tiempo. Con ellos el silencio...

—Necesito hablarle a los peces— pienso, pero ahora no tengo voz.

La soledad, ay. Es el inquilino de mi estómago. A veces creo que se ha marchado. Permanece dormido hasta que despierta y se despereza, resurge poco a poco... Aquí está.

Tengo que estar a la altura— pienso, pero soy pequeña ahora.

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