5

El aire acaricia mi cara. Navego sobre un mar en calma divisando un horizonte amoratado. Un faro anuncia que una isla anda cerca, quizá una superficie de tierra lo suficientemente grande como para llamarse continente, pero estoy segura que si eso fuese lo correcto sería un continente inexplorado o a penas recorrido por antiguos navegantes (no aparece en el mapa). La luz parpadea rítmicamente cambiando su intensidad, por eso sé que es un faro.

He rescatado los libros empolvados del baúl y me parece increíble que hayan estado guardados tanto tiempo. He pintado descalza la superficie del barco entre risas y escalofríos del frescor de la pintura en las plantas de mis pies. He cantado al aire las canciones de mi adolescencia y por fin el viento marino ha empujado mi pelo hacia detrás, con los ojos bien cerrados para poderlo esnifar bien.

¡Dios! —si esta expresión se me permite ante tan gran inmensidad interna— qué placer sentirme sola y ególatra, escuchando lo que me susurra mi estómago…

No me importa ya encontrar mi isla soñada y deseada. No me importa descubrir que no tengo tierra al final de mis días, ahora tengo mi barco y con él desanclo a mi antojo y viro hacia la dirección del viento. He descubierto cuán sencillo es tomar rumbos si te sabes entero, teniendo la habilidad de girar el catalejo y verlo todo mucho más pequeño, sale la sonrisa más fácilmente.

Hoy no me importan los piratas, no tienen ya nada que llevarse, porque mi gran tesoro está a buen recaudo. He encontrado el sitio perfecto para que nadie lo encuentre (me lo he tragado), así que, estoy haciendo la digestión para que mi sangre sea dorada. Tan solo tengo que procurar no hacerme heridas grandes y así nadie sabrá que anda por mis venas.

No hay comentarios: